jueves, 11 de septiembre de 2014

SIN UNA GOTA DE SANGRE




Versión taquigráfica discurso del compañero Eric Calcagno antes de Aprobarse ley sobre Pago Soberano de Deuda en Cámara de Diputados.


Señora presidenta: ¿qué es la civilización? ¿Qué es la barbarie? Permítaseme, en sarmientino gambito, tratar de escrudiñar acerca de esto, porque cuando se dictó la resolución de las Naciones Unidas que establece una doctrina que es sucesora y pariente de la doctrina Drago a favor de los intereses nacionales de los países libres, el delegado de Canadá aparentemente se ofuscó un poco.
En esa oportunidad el delegado de Canadá dijo que en realidad eso estaba mal porque se trataba de una discusión técnica, que hay lugares en que ese tipo de debates debe llevarse a cabo y que el problema no debe politizarse. A mi juicio los problemas económicos y sociales no tienen soluciones técnicas. Cuando se dice que dichos problemas tienen soluciones técnicas estamos en la barbarie.
Los problemas económicos y sociales tienen soluciones o planteos políticos. Luego vendrá la necesaria e indispensable instrumentación técnica, pero jamás se puede oponer eso porque estaríamos pasando del aristos a la tecnos o nos estaríamos poniendo tecnos. ¿Qué es lo que estaría pasando? ¿Dónde quedaría la voluntad política en todo eso? ¿Dónde quedaría la democracia?
Por supuesto que cuando analizamos el tema de la deuda hay que ver cuáles son sus dimensiones jurídicas y los alcances y límites de los planteos que se pueden hacer en el ámbito de la justicia.
También hay que tratar las implicancias económicas del tema, es decir, lo que significa en términos de punción de la riqueza de los países. Me refiero a ese terrible traspaso de riqueza que deja a esos horribles conquistadores de hace cinco siglos como principiantes.
Me parece que el problema de la deuda es esencialmente político porque es un problema de poder. En la Argentina lo conocemos porque en 1976, cuando la deuda externa era de 7.500 millones de dólares, la clase dirigente la aumentó a 43 mil millones de esa moneda a través de la especulación, la evasión y la nacionalización de la deuda como crimen perfecto, en el sentido de privatizar ganancias y socializar pérdidas en un momento de crisis. Así funciona el capitalismo.
Por último, las crisis son consustanciales al momento económico en que vivimos. Esto no es para desdeñarlo pero sí para tomarlo en consideración.
Luego está la influencia de los grandes grupos empresarios, los grandes grupos económicos, etcétera. En el período 83-89 la deuda crece de modo vegetativo, de 43 mil a 59 mil millones, se toma deuda para pagar deuda, y viene la segunda oleada de deuda, ese ciclo plata dulce-recesión-crisis, al cual el liberalismo nos tiene acostumbrados.
En el 91 viene la convertibilidad, y el salto a los 160 mil millones de endeudamiento, muy rápidamente. El endeudamiento fue el combustible de la convertibilidad, porque en este sistema estableciendo el fetiche de un peso-un dólar, parecía que Argentina crecía pero había un déficit comercial, una avalancha importadora, desindustrialización y pobreza. Por esto había que tapar el agujero. Si la Argentina decrecía, si entraba en recesión había un déficit fiscal, y la convertibilidad lo tapó para sobrevivir con privatizaciones y endeudamiento.
El endeudamiento fue el combustible que hizo funcionar la convertibilidad, y como en los sistemas Ponzi, en los que se toma deuda para pagar deuda y a su vez se la vuelve a tomar para seguir pagándola, llega un momento que alguien se pregunta con qué le van a pagar y se termina la posibilidad de seguir endeudándose, cayendo el sistema.
Recordemos los episodios del blindaje, del megacanje que todavía aumentan más la deuda cuando estábamos claramente en una situación de insolvencia. Había una crisis terminal, todos la conocíamos y estábamos al borde de la disolución nacional; había 14 monedas, que ocasionaron los guarismos que tenemos en materia de pobreza, etcétera.
Es ahí donde interviene la reestructuración de Néstor Kirchner y la política de desendeudamiento, que continúo la doctora Cristina Fernández de Kirchner. A contrario sensu de todo lo que se hizo antes, acá el objetivo era político: generar soberanía, la posibilidad de tener políticas autónomas. Y luego vino la instrumentación técnica, con los canjes del 2005 y 2010, altamente exitosos, de los cuales solo hemos escuchado críticas meramente formales que no alcanzan el centro de la cuestión, y que tuvieron el 93,7 por ciento de adhesión.
Evidentemente fue un éxito importante. Fue el principal default en la historia financiera internacional y la principal reestructuración realizada de modo soberano. Ahí sí lo que se hizo desde la política fue repartir el peso de la salida de la crisis entre los diferentes actores involucrados, y no privatizar las ganancias, socializar las pérdidas, pedir plata para pagar a los acreedores, y de ese modo pasar la factura al conjunto de la nación. Así se sale de las crisis financieras. Dicen que no negociamos pero nosotros pensamos que sí lo hicimos.
Después nos encontramos con todos estos neologismos, los holdins y los holdouts; son barbarismos a los cuales nos tenemos que acostumbrar, y habida cuenta del espíritu que advertimos cuando empezó hoy la sesión, estas cuestiones podríamos encuadrarlas en un tema teatral: la tragedia de la codicia y la codicia de la tragedia.
La tragedia de la codicia son los buitres, que practican el terrorismo financiero: toman rehenes, tratan de infligir daños masivos a poblaciones, un comportamiento que quizás se podrá describir con más tiempo.
Pasa en la Argentina, pero también en otros países. Tomemos por ejemplo el caso de Egipto, donde el gobierno aumentó el salario mínimo de 70 a 140 dólares, en una medida quizás claramente populista. Pues bien, una empresa extranjera inmediatamente demandó porque se le cambiaba el esquema de su negocio. Es decir, una medida que teóricamente iba a proteger los intereses nacionales de un determinado país fue atacada porque desvirtuaba un contrato.
La propia Alemania, a la que tanto se admira, la Alemania de Merkel, y todas esas cuestiones -no es mi caso‑, es un ejemplo para nombrar. La canciller decidió que no iba a tener más energía nuclear y hay una empresa sueca que ahora está demandando a Alemania porque se tomó una decisión política que afecta su modelo de negocios.
Entonces, ¿cómo es esto de los liberales? ¿Los contratos son más que las constituciones? ¿Cómo es esa institucionalidad? Quizás se perdieron algún librito, algún resumen Lerú o cuaderno para colorear sobre los principios generales del derecho, que mis ancestros los romanos hicieron hace mucho tiempo, que dicen, por ejemplo, que nadie está obligado a lo imposible.
La codicia de la tragedia está representada por los sectores económicos, las grandes empresas. Sabemos que tenemos una estructura productiva compleja. Las 500 mayores empresas, las que fabrican la mayor parte de la riqueza aquí en la Argentina, son extranjeras, y tenemos un tema con todo lo que son las remesas. También tenemos un tema con que han sido las favorecidas tanto en la etapa de los fines de los 70 como de los principios de los 80, que se han favorecido también después con las pesificaciones asimétricas, por ejemplo. Cuando se dice que este proyecto no se tiene que aprobar porque tiene defectos formales y no podemos aceptar esta reestructuración, se está tratando de volver a la situación de relaciones sociales, políticas y económicas anterior a 2003. Por eso nosotros defendemos con tanto ahínco esta iniciativa que es parte del capítulo de reestructuración de la deuda argentina. La caída de la reestructuración es el desfinanciamiento que se ha querido hacer desde el 25 de mayo de 2003 en adelante de todas las maneras posibles y quizás buenos son los buitres si sirven para desfinanciar este régimen populista.
Qué va a pasar con los programas sociales, nadie lo podrá saber. Cuando se habla alegremente de sacar impuestos y de eliminar subsidios, no queda otra cosa que el endeudamiento externo como modo de reemplazar el ahorro. Buenísimo, mientras sigue la fuga de capitales. Entonces, si debemos cuidarnos de los buitres de afuera, tenemos que tener cuidado con los caranchos mediáticos y con algunos chimangos que andan por ahí.
Sin entrar demasiado en zoología política, quiero recordar la importancia que tiene la resolución de Naciones Unidas, similar a la doctrina Drago; celebrar la creación de la Bicameral donde podríamos estudiar una de las grandes cosas que atormenta al mundo científico y que se llama el megacanje. ¿Fue impericia? ¿Fue malicia? ¿Cómo hicieron para no distinguir una crisis de insolvencia de una crisis de liquidez? ¿No se dieron cuenta? ¿Qué canal estaban mirando? Es algo básico; está en los manuales. Creo que un inglés escribió un manual de los banqueros centrales y decía que el arte del banquero central era distinguir un caso de insolvencia –“estoy quebrado”‑ de un caso de iliquidez –“me falta un poco de plata, pero puedo seguir”.
También podríamos estudiar el fallo Olmos, que ya prescribió –hay cosas que prescriben‑ sobre los 477 delitos cometidos, y habida cuenta de nuestra jurisprudencia ver si entre esos 477 delitos cometidos durante la toma de la deuda externa por parte de la dictadura militar, no habrá alguno que tenga que ver con la lesa humanidad.
Entonces, celebro profundamente la creación de esta comisión bicameral que nos va a permitir estudiar esas cosas y estudiar también la pesificación asimétrica. Hay un informe de la Cámara de Diputados –el informe Di Cola‑ que también nos habla de todas estas cosas.
Para ir concluyendo, puesto que teatralmente había empezado, me parece interesante evocar al compañero Juan Domingo Shakespeare, que en su obra El mercader de Venecia habla efectivamente de un prestamista, Shylock. En esta cuestión de pasar de Shylock a Singer, con perdón del veneciano, nosotros estamos reestructurando. Creemos que la reestructuración tiene un objetivo político y una instrumentación económica, es sólida y defiende el interés nacional en este largo combate que tendremos contra los buitres, caranchos y chimangos.
Como en El mercader de Venecia, nosotros podemos decir “Está bien, pagamos la libra de carne. Eso sí, sin una gota de sangre”.




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